Por fin el Riad estuvo
restaurado y abierto al público. Rápidamente empezó a tener mucho éxito, tanto
con los turistas que visitaban la ciudad como los propios habitantes, sobre
todo los jóvenes, deseosos de tener un rincón al resguardo de las miradas reprobadoras
de los más radicales.
Una noche, tres mujeres estaban
cenando en el restaurante del hotelito. Reían sin tapujo, con la intensidad que
da el vino. Salomé se acercó para pedirles que fueran un poco más discretas,
pues sus huéspedes no podían dormir.
-¡Siéntate!
-Sí, eso, y tómate una copa con
nosotras.
El cliente manda… Salomé por cortesía
accedió.
Una de las tres mujeres no
dejaba de mirar hacia una mesa del comedor.
-¿Sabes que nuestra amiga es
una famosa médium y sale en la tele?
Salomé no tenía ni idea, tampoco
veía la televisión española desde que se había marchado.
La médium dijo:
-Hay un anciano sentado en la
mesa de allí que no deja de decir en árabe y en un correctísimo español: مرحبا بك ¡Bienvenida!
La dueña del hotel, picada por
la curiosidad, preguntó cómo era el hombre.
-Lleva una chilaba gris y un
sombrero rojo de esos que se veían en las películas antiguas.
-Es un Fez –explicó la dueña
del Riad.
Salomé se levantó y fue hacia
su despacho. Trajo varias fotografías, del anciano y de otros hombres. Se las
enseñó a la médium preguntándole si estaba el hombre de la chilaba entre los
retratos.
-¡Es éste!
Sin lugar a dudas señaló al
visitante fantasmal de la chilaba gris.
La hotelera no quiso dar más
explicaciones a las turistas pero sintió un poco de malestar.
Cuando sus amigas, las antiguas
dueñas del Riad vinieron a visitarla, Salomé les enseñó el retrato del anciano.
Las mujeres cogieron la foto y
empezaron a besarla.
-Es nuestro padre, el Visir.
Pasaron unos meses y por fin la
empresa de mudanza consiguió hacer llegar su preciado piano tras un largo
periplo de puerto en puerto alrededor del mundo, perdido de Norte a Sur y de
Este a Oeste hasta encontrar su camino.
-¿Señora, dónde lo dejamos?
Pesa mucho.
Salomé no lo había decidido aún,
pero bueno…, allí mismo dijo. En un apartado
del gran salón comedor.
- الحمد لله ¡Alhamdullilah!
–exclamaron las dos hermanas al ver el instrumento-. En el mismo lugar donde
tenía nuestro querido padre el suyo.
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