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jueves, 23 de julio de 2015

                                         MISTERIO EN UN RESTAURANTE DE TÁNGER



Hace unos años, de regreso de un viaje de trabajo en tierras magrebíes, mi marido me contó que le habían llevado a comer a un restaurante en Tánger y había quedado encantado por la increíble delicia de sus platos.
“No problem” pensé, como yo había nacido en la ciudad más internacional y glamurosa de los años 40 y 50, en cualquier momento podría visitar a mis parientes y probar alguna de esas maravillas que preparan en el “TAWQ AL SAMAK” (el sabor del pescado en árabe).
Poco tiempo después viajamos a Marruecos. Por fin cataría esos bocados de las Mil y Una Noches.
He vivido varios años en Marruecos, he viajado en numerosas ocasiones a Tánger y a otras ciudades y jamás, pero jamás de los jamases me he puesto enferma allí. Y mire usted por dónde, en mi primera visita a Al Samak, mi tripa se rebela y no puedo comer nada. Tengo que ver con una envidia total cómo mi familia y mis amigos disfrutan del excelente menú. Me resigno pensando que la próxima vez pediré de todo aunque me dé un atracón.
En el siguiente viaje estoy exultante porque vamos a almorzar en el famoso restaurante. El amor de mi vida es una persona maravillosa (y yo también, para que nos vamos a engañar, jajajaja ), pero aunque dos personas “maravillosas” se quieran con locura, a veces las ondas magnéticas se rebelan (esta vez no fue mi tripa) y tuvimos una bronca monumental justo antes de ir a comer.
Mi tozudez y mi enfado me impidieron pedir ni tan siquiera un vaso de agua. Nuevamente vi cómo desfilaban los fresquísimos pescados especiados, las verduritas con salsas suculentas y los postres de ensueño delante de mis narices. ¡¡¡¡No probé ni un bocado!!!!!
Pasaron algunos años. Volvimos con las amigas de mis hijas para que conocieran los lugares dónde Paul Bowles, músico antes que escritor, escribió su primera novela: El Cielo Protector, llevada al cine en 1991 por Roberto Bertolucci.
-Os voy a llevar a comer a un sitio genial –les dije a las chicas pensando en Al Samak.
¡Maldición! Y ¡Maldición! Era viernes y los viernes la mayoría de los establecimientos cierran en los países musulmanes.
Otro viaje será. En el siguiente, la casualidad hizo que estuviera cerrado por vacaciones.
Hace un mes unas amigas me propusieron acompañarlas a Marruecos para hacerles de guía. Aunque no tenían intención de visitar Tánger, solamente Tetuán, me entusiasmó la idea.
Nos alojamos en casa de la directora del Centro Cultural Francés. Una delegada cultural tiene la obligación de hacer acto de presencia en numerosos eventos y, cuando Anita nos dijo que tenía que asistir en Tánger a la inauguración de una exposición de pintura, inmediatamente vi la posibilidad de intentar cenar en mi famoso y escurridizo restaurante preferido.
Las exposiciones de pintura son muy divertidas, no por lo que exponen, sino por la “fauna humana” que las rodea. A pesar de las viejas inglesas extremadamente extravagantes, los jóvenes lobos ansiosos de encontrar un padrino, las señoras maduritas en busca de muchachos imberbes o los caballeros de blanca cabellera que ignoran a las maduritas y vigilan a las guapas vírgenes, no fueron suficientemente atractivos para distraer mi atención. Mi único pensamiento era salir de allí para ir a comer a Al Samak.
Por fin nos fuimos y dejamos esos insólitos humanos amantes de la brocha fina.
¡CERRADO! No me lo podía creer. Ni era viernes, ni estaban de vacaciones. ¿Por qué estaba cerrado? Nadie de los alrededores supo decírmelo.
-Ista mañana abierto siñora –me repetían los vecinos.
No entendía qué misterio rodeaba  Al Samak que me tenía alejada de su comida. ¿Sería mi Ángel de la Guarda, sería el Amo de mi Destino, o sería un Djinn malicioso de la cultura popular islámica el que no quería que probara bocado allí?
¿Me estaría protegiendo del cianuro de unas almendras amargas o por lo contrario, del éxtasis de unas naranjas con azahar y crumble secreto?
Creo que nunca lo sabré porque es posible que decida dejar de intentar comer en el restaurante más misterioso de Tánger      ¿¿o no?????

 

Receta:

cortar la remolacha cocida en trozos no muy pequeños. Preparar una vinagreta con aceite de oliva, balsámico de Módena, 1 c. sopera de mostaza, sal y añadirla a la remolacha. Cortar el aguacate en trozos grandes y ponerlos sobre la remolacha. Poner piñones, hojas de menta y albahaca y un chorrito de aceite.

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