Hace unos años, de
regreso de un viaje de trabajo en tierras magrebíes, mi marido me contó que le
habían llevado a comer a un restaurante en Tánger y había quedado encantado por la increíble delicia de sus
platos.
“No problem” pensé, como yo había
nacido en la ciudad más internacional y glamurosa de los años 40 y 50, en
cualquier momento podría visitar a mis parientes y probar alguna de esas
maravillas que preparan en el “TAWQ AL SAMAK” (el sabor del pescado en árabe).
Poco tiempo después
viajamos a Marruecos. Por fin cataría esos bocados de las Mil y Una Noches.
He vivido varios años en
Marruecos, he viajado en numerosas ocasiones a Tánger y a otras ciudades y
jamás, pero jamás de los jamases me he puesto enferma allí. Y mire usted por
dónde, en mi primera visita a Al Samak, mi tripa se rebela y no puedo comer
nada. Tengo que ver con una envidia total cómo mi familia y mis amigos
disfrutan del excelente menú. Me resigno pensando que la próxima vez pediré
de todo aunque me dé un atracón.
En el siguiente viaje
estoy exultante porque vamos a almorzar en el famoso restaurante. El amor de mi
vida es una persona maravillosa (y yo también, para que nos vamos a engañar,
jajajaja ), pero aunque dos personas “maravillosas” se quieran con
locura, a veces las ondas magnéticas se rebelan (esta vez no fue mi tripa) y
tuvimos una bronca monumental justo antes de ir a comer.
Mi tozudez y mi enfado me
impidieron pedir ni tan siquiera un vaso de agua. Nuevamente vi cómo desfilaban los fresquísimos pescados especiados, las verduritas con salsas suculentas y los
postres de ensueño delante de mis narices. ¡¡¡¡No probé ni un bocado!!!!!
Pasaron algunos años.
Volvimos con las amigas de mis hijas para que conocieran los lugares dónde Paul
Bowles, músico antes que escritor, escribió su primera novela: El Cielo
Protector, llevada al cine en 1991 por Roberto Bertolucci.
-Os voy a llevar a comer
a un sitio genial –les dije a las chicas pensando en Al Samak.
¡Maldición! Y ¡Maldición!
Era viernes y los viernes la mayoría de los establecimientos cierran en los
países musulmanes.
Otro viaje será. En el
siguiente, la casualidad hizo que estuviera cerrado por vacaciones.
Hace un mes unas amigas
me propusieron acompañarlas a Marruecos para hacerles de guía. Aunque no tenían
intención de visitar Tánger, solamente Tetuán, me entusiasmó la idea.
Nos alojamos en casa de
la directora del Centro Cultural Francés. Una delegada cultural tiene la
obligación de hacer acto de presencia en numerosos eventos y, cuando Anita nos
dijo que tenía que asistir en Tánger a la inauguración de una exposición de
pintura, inmediatamente vi la posibilidad de intentar cenar en mi famoso y
escurridizo restaurante preferido.
Las exposiciones de
pintura son muy divertidas, no por lo que exponen, sino por la “fauna humana”
que las rodea. A pesar de las viejas inglesas extremadamente extravagantes, los
jóvenes lobos ansiosos de encontrar un padrino, las señoras maduritas en busca
de muchachos imberbes o los caballeros de blanca cabellera que ignoran a las
maduritas y vigilan a las guapas vírgenes, no fueron suficientemente atractivos
para distraer mi atención. Mi único pensamiento era salir de allí para ir a
comer a Al Samak.
Por fin nos fuimos y
dejamos esos insólitos humanos amantes de la brocha fina.
¡CERRADO! No me lo podía
creer. Ni era viernes, ni estaban de vacaciones. ¿Por qué estaba cerrado? Nadie
de los alrededores supo decírmelo.
-Ista mañana abierto
siñora –me repetían los vecinos.
No entendía qué misterio
rodeaba Al Samak que me tenía alejada de
su comida. ¿Sería mi Ángel de la Guarda, sería el Amo de mi Destino, o sería un
Djinn malicioso de la cultura popular islámica el que no quería que probara bocado
allí?
¿Me estaría protegiendo
del cianuro de unas almendras amargas o por lo contrario, del éxtasis de unas
naranjas con azahar y crumble secreto?
Creo que nunca lo sabré
porque es posible que decida dejar de intentar comer en el restaurante más
misterioso de Tánger ¿¿o no?????
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